Otro de los principales monumentos de la ciudad de Segovia es su catedral. Situada en la Plaza Mayor, es uno de los atractivos turísticos que no te puedes perder.
La historia de La catedral de Segovia
Pocos años después de haber sido repoblada Segovia se debió de iniciar la construcción de la catedral, en tiempos de Alfonso VII, entre 1136 y 1144.
Por el memorial que redactó en 1523 Juan de Pantigoso, notario apostólico, sabemos que la catedral de Santa María estaba situada frente al Alcázar y que, a finales del siglo XV, era un conglomerado de edificios de distintas épocas y estilos, por las continuas reformas, construcción de capillas y diferentes dependencias que habían costeado los reyes y obispos.
Las reformas más importantes que se llevaron a cabo son las efectuadas en la capilla mayor y en la librería. La planta de la catedral era de cruz latina, y tres ábsides, de los cuales el central fue sustituido en 1436 por la capilla de estilo gótico. Con el nacimiento del nuevo siglo se efectúan las últimas construcciones en esta catedral. Bajo el pontificado de D. Fadrique de Portugal (1508-1510) se concierta la reconstrucción de la capilla de San Frutos, en el lado de la epístola y la librería. Fue elegido como maestro Juan Gil de Hontafión Las obras se iniciaron en 1509; la librería habría de finalizarla para el día de San Miguel de 1511- Era de planta cuadrada a ras del suelo y ochavada en su parte superior. Las ruinas permanecieron hasta la orden de derribo dada por Felipe II, en 1570, posiblemente para despejar la plaza con objeto de dar paso al cortejo de Ana de Austria, con la que iba a desposarse en el Alcázar.
En 1520 estallan las Comunidades. Los comuneros se encastillan en la catedral y los realistas en el Alcázar. El resultado fue la destrucción de la catedral. El cabildo decidió trasladarse primero a la iglesia de San Andrés en la Canonjía y después, por votación, a la iglesia del convento de Santa Clara, que se encontraba situado en la Plaza Mayor y que había sido comprado por el cabildo en 600.000 maravedís, cantidad en la que no se incluye la iglesia que había sido donada por las clarisas al cabildo. En 1522 se tasaron los destrozos causados por los comuneros en la catedral que ascendieron a 7 millones de maravedis, por lo que el cabildo comenzó a pensar si convendría restaurar lo dañado o si era mejor edificarlo de nuevo en otra parte.
En el cabildo celebrado en abril de 1523, los canónigos Juan Rezio, Bernardino Berrio y Juan Rodríguez, fueron encargados de elegir los maestros que les pareciesen. Entre las trazas recibidas eligen el proyecto de Juan Gil de Hontañón, natural de Resines, que ya era conocido por el cabildo de Santa María. En este momento era maestro de la catedral de Salamanca y había trabajado en la de Sevilla.
El 18 de agosto de 1523, el Emperador Carlos V despachó una real cédula en Valladolid dirigida al obispo en la que decía que la catedral se mudase de lugar. El sitio elegido era el ex-convento de Santa Clara, recién adquirido. Además a raíz de la expulsión de los judíos habían revertido el cabildo las casas que habían tenido en alquiler. Se contaba, pues, con un solar suficiente, justo en el centro de la ciudad y en la parte más elevada.
El contrato con Juan Gil se firma el 6 de mayo de 1524, recibe de salario 40.000 maravedís al año y 100 maravedís más por cada día que trabajase. A partir de este momento alternó, Juan Gil, sus trabajos entre Cuéllar, Salamanca y Segovia.
Es probable que la pestilencia que se declaró por entonces en nuestra ciudad retrasara en algunos meses el comienzo de la obra. Lo cierto es que aparece de nuevo en los libros de cuentas en mayo de 1525, junto con él, su aparejador García de Cubillas, con un salario de 10.000 maravedís.
Por estas fechas el Emperador, que se había comprometido a ayudar a la construcción de la nueva catedral, emite una serie de reales cédulas encaminadas a la obtención de dinero; dinero que no llegó, en su mayor parte o tardó mucho, lo que obligó a que el obispo y el cabildo y sobre todo los propios segovianos corriesen con los gastos de la obra. La catedral fue posible por el esfuerzo de toda la ciudad.
El 8 de junio de 1525, se coloca la primera piedra después de la misa oficiada por el obispo D. Diego de Rivera y de una solemne procesión.
La muerte de Juan Gil, con anterioridad al 4 de abril de 1526, hace que durante algunos meses se encuentre su aparejador García de Cubillas al frente de la obra. En septiembre de 1526, era recibido como maestro, Rodrigo Gil de Hontañón, hijo de Juan Gil. Ante sus continuas ausencias el cabildo le despide en 1529. Se hace cargo de nuevo García de Cubillas. En 1532, aparece Rodrigo Gil, que es obligado por el cabildo a residir en la obra durante dos meses al año, recibiendo de salario cada mes 5.000 maravedís. En este año se cierra la capilla de la Concepción y se comienzan a hacer andamios en las naves laterales. En los años siguientes se aprecia la ausencia de Rodrigo Gil que debía de estar atendiendo otras obras, lo cierto es que en 1540, García de Cubihlas aparece en los libros de cuentas como maestro ce la catedral con un salario de 100 maravedís por día de trabajo.
En el año 1542 se llegó hasta el crucero quedando hechos dos de los pilares torales sobre los que se asentaría el cimborrio, al mismo tiempo que se cerraba con un muro la parte construida para construida para poder oficiar misa.
La obra de la capilla mayor se comienza en 1563, justamente en el año que se emprende la construcción de El Escorial, planteándose el problema de qué forma elegir para la cabecera. El tesón del canónigo Juan Rodríguez, que luchó contra viento y marea, y el genio de Rodrigo Gil, que optó por la cabecera poligonal, llevaron a feliz término una obra hermosa y coherente pues sólo en ciertos detalles, como en las ménsulas de las capillas de la girola o en la antesacristía se usaron formas renacentistas.
Las obras habían de proseguir aún muchos años. La cúpula del crucero, para cuyo cierre se presentaron muchas soluciones, es ya barroca, como lo es su gemela que corona la torre, trazada por Pedro de Brizuela.
La catedral segoviana es un prodigio de mesura, de proporción y claridad espacial. Su belleza es el resultado de una cabeza lúcida que avanza sin titubeos y que conoce los secretos de la construcción. Y, sin embargo, la obra, conducida por una mente renacentista, tal vez esté aquí el secreto de su belleza, no se presenta fría sino cálida y humana. Aparece altiva cuando se la contempla desde el valle del Clamores, al aplastar al humilde caserío, y compenetrada con la ciudad cuando se la ve, emergiendo entre, trigos, desde la carretera de Avila y desde Bernuy.
El exterior desnudo, sin adorno, casi adusto en la fachada principal. En el interior, de tres naves, crucero y capillas entre los contrafuertes, los pilares ascienden y prolongan su molduración en los nervios de las bóvedas.
La altura de las naves, el espacio entre los pilares, la luz, sobre todo la luz, le dan un aire festivo, a lo que coadyuva el pavimento rojo, blanco y azul, muy palaciego, que en el siglo XVIII sustituyó a las frías laudas de granito